Declarada la cuarentena, el aislamiento obligó a los/as psicólogos/as, como a otros/as profesionales y trabajadores, a incorporar tecnologías de comunicación remota en sus tareas diarias. Estos cambios en las condiciones de trabajo no afectan necesariamente a la especificidad del trabajo en otras actividades, pero no se puede decir lo mismo cuando la “presencia” del otro es tan cara en la construcción de un vínculo transferencial. En este sentido, nos asaltó la siguiente pregunta ¿es posible sostener un psicoanálisis mediante llamadas o videoconferencias?
Como toda pregunta compleja, no debería responderse automáticamente. En principio, lo primero que se pone en cuestión es la necesidad de la presencia física, nos obliga a pensar si ésta es una condición negociable. Por lo que nos preguntamos ¿es indispensable para el trabajo analítico la presencia física de cuerpos biológicos a menos de dos metros? Si observamos cómo se desarrollan otras relaciones sociales, pareciera que no. De hecho hay vínculos, profundos y de todo tipo, que se sostienen sin necesidad de proximidad física. La comunicación por carta (epistolar), más antigua que el mail o el whastapp, es testimonio de ello. Tan verdadero es que tampoco garantiza ningún vínculo el compartir u habitar un mismo espacio, ya sea el consultorio, una casa, la oficina, la escuela o cualquier otro espacio físico.
Tal vez el principal obstáculo sean nuestras costumbres y peculiaridades. Hablarle a una pantalla puede parecer muy frío para nuestra sensibilidad criolla. Perdimos el apretón de manos, los pañuelos descartables al borde del diván, el diván también, el café, la caminata previa, el paseo posterior a la sesión… todos estos elementos significantes, pero no significantes en tanto tal.
En este punto conviene ser honestos. El análisis virtual será para quienes soporten esta condición de privación, esta imposibilidad de proximidad física que impone la digitalización de nuestras presencias. Pero si afirmamos que el tratamiento analítico es una “cura por la palabra” y no una “técnica corporal” (no es necesario ir con ropa cómoda o deportiva, elongar el cuerpo previamente, o correr el colectivo para ir entrando en calor…), es para resaltar que la operación analítica es sobre el significante: mientras exista un Otro que cause, escuche e intervenga el discurso de un sujeto, la cirugía estará hecha.
¿No podríamos pensar que, incluso en el consultorio, nuestras presencias eran virtuales? Si nuestro trabajo es sobre la palabra, sobre las historias que atenazan sufrimientos, conflictos que muerden un cuerpo horadado por los equívocos del significante ¿no será acaso que el trabajo con lo “psíquico” implica cierta “digitalización”, y nos resistimos a admitirlo?