Digitalizar el psicoanálisis

Declarada la cuarentena, el aislamiento obligó a los/as psicólogos/as —como a otros/as profesionales y trabajadores/as— a incorporar tecnologías de comunicación remota en sus tareas diarias. Estos cambios en las condiciones de trabajo no necesariamente afectan la especificidad de otras actividades, pero en el caso del psicoanálisis, donde la “presencia” del otro es tan esencial en la construcción del vínculo transferencial, el desafío fue mayor. De allí surgió una pregunta inevitable: ¿es posible sostener un psicoanálisis online, una práctica psicoanalítica mediada por pantallas o videollamadas?

Como toda pregunta compleja, no debería responderse automáticamente. Lo primero que se pone en cuestión es la necesidad de la presencia física, lo que nos obliga a pensar si esta es realmente una condición indispensable. ¿Es imprescindible, para el trabajo analítico, la proximidad de los cuerpos? Si observamos cómo se desarrollan hoy las relaciones humanas y la cultura contemporánea, pareciera que no. Existen vínculos profundos que se sostienen sin cercanía física. La correspondencia epistolar (mucho antes que el correo electrónico o los mensajes instantáneos) es testimonio de ello. Y es igualmente cierto que habitar un mismo espacio, ya sea el consultorio, la casa o la oficina, no garantiza la existencia de un lazo genuino.

Tal vez el principal obstáculo sean nuestras costumbres y peculiaridades. Hablarle a una pantalla puede parecer muy frío para nuestra sensibilidad criolla. Perdimos el apretón de manos, los pañuelos descartables al borde del diván, el diván también, el café, la caminata previa, el paseo posterior a la sesión… todos estos elementos significantes, pero no significantes en tanto tal.

Conviene entonces ser honestos, el análisis virtual será posible solo para quienes puedan soportar esa condición de privación que impone la digitalización de nuestras presencias. Pero si afirmamos, con Freud, que el tratamiento analítico es una “cura por la palabra” y no una técnica corporal, es justamente para subrayar que la operación analítica se ejerce sobre el inconsciente y el significante. Mientras exista un Otro que escuche, cause e intervenga el discurso de un sujeto, la cirugía simbólica del análisis puede tener lugar.

¿No podríamos pensar que, incluso en el consultorio, nuestras presencias ya eran virtuales? Si nuestro trabajo es sobre la palabra, sobre las historias que atenazan sufrimientos, conflictos que muerden un cuerpo horadado por los equívocos del significante ¿no será acaso que el trabajo con lo “psíquico” implica cierta “digitalización”, y nos resistimos a admitirlo?